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Del vinil al cd en una noche
La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido.
Leonard Bernstein
El CD es una invención ochentera pero fue hasta casi finalizar la década cuando consideré por primera vez comprar un CD. Entonces el costo era 4 veces mayor, un disco de vinil de larga duración costaba 15000 viejos pesos, mientras que el mismo disco en CD era de 60000. El disco era el Music for the Masses the Depeche Mode.
Luego de años sin comprar, o siquiera considerar su compra el siguiente acercamiento fue en el años 90, justo después de que Paco y Felipe fueran de vacaciones a Los Angeles —Paco fue el único en regresar— y uno de los souvenirs que trajo fue un disco de The Eagles —justo el que pensaron el Hotel California— además de contarnos la popularidad de Los Simpsons que estaba a punto de invadir México también relató lo baratos que resultaban los discos compactos, ese lo encontró en la basura. Pero nadie tenía aparato para tocarlo.
Las cosas cambiarían después de una fiesta conjunta de Santiago —el Pachuco— y Jesús Fabián —el Cuquín— ambos nacidos un 21 de julio, la fiesta se organizó en una casa de madera que se encontraba en un terreno sobre Popocatépetl a unas cuadras del metro Ermita.
Como nostros organizábamos llegamos temprano, en esa ocasión no tuve que llevar mis aparatos de sonido, pero a última hora me pidieron el toca-cassettes, y tuve que regresar a casa por el él en el taxi de Chucho manejado por el Chore de hecho él vivía en el mismo terreno donde estaba la casa de la fiesta. No conseguí que mi novia me acompañara porque casi todas las mujeres que llegaron temprano se encerraron en un cuarto al fondo de la casa. Supongo para terminar de maquillarse.
Los ánimos se alegraron gracias a los tragos de ron Cabeza Negra con coca-cola, y la música proporcionada por los discos que juntamos entre todos. La fiesta podía dividirse en dos grupos: los invitados del Pachuo y los de Cuquín, que interactuábamos cordialmente.
Un poco entrada la noche, la novia de Paco —Carmen— alió para llegar tiempo después acompañada de personas desconocidas en un auto. Chucho y Paco estaban afuera cuando llegó, Paco estaba molesta y se llevó a Carmen a la fiesta jalándola del brazo, y Chucho le armó bronca, sin dejar que se bajaran del auto. Ellos se fueron, pero amenzaron con regresar con su banda, según de la Portales.
Ellos no comentaron esto hasta después de acabada la fiesta, así que cuando llegó un grupo a comenzar una lucha campal a la fiesta nos tomó por sorpresa. Llegaron golpeando y destruyendo todo, lanzando piedras y botellas. Casi todos los invitados se fueron a encerrar al cuarto donde estaban las mujeres al principio de la fiesta, yo me quedé afuera sirviendo como escudo humano —las ventajas de mi entonces inmortalidad— solamente uno de los amigos de Santiago sufrió daño al asomarse a ver cómo seguían las cosas y recibir un botellazo de una caguama. No tardaron en aparecer los disparos.
El cuarto tenía una ventana por la que todos salieron, incluso Abby pudo sortear el obstáculo a pesar de su falda entallada. Yo no hubiera cabido por ese espacio. Los demás aprovecharon para armarse y sorprender a los atacantes por la espalda, el Chore tenía un maneral de acero que de un golpe le arrancó un pedazo de oreja a un desafortunado. Además su cuñado no tuvo empacho en sacar su arma —las costumbres judiciales de México—, el desorden se expandió y las sirenas comenzaron a sonar.
Justo en ese momento llegaron por las invitadas que alegaron ignorancia respecto al sonido de la sirena. Apenas se fueron llegaron 2 ambulancias y varias patrullas, nosotros tuvimos que salir huyendo para evitar ser arrestados. Al día siguiente en el periódico salió una breve nota y al parece había alguna orden de aprehensión.
Al ir la día siguiente al recuento de los daños todas las cosas sobrantes habían desaparecido, desde las botellas del finísimo ron hasta los aparatos, entre esas cosas todos nuestros discos.
Desde entonces comencé a comprar discos compactos.
la minimoto de Atilio
A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar
Franz Kafka
El pasado fin de semana iba caminando con la cabeza baja lo que me permitió observar la siguiente minimoto:
Eso me recordó la historia de un auto y unas vacaciones en Oaxtepec:
El niño Juan Manuel Mendoza, a.k.a. Atilio, tenía un automóvil que fabricado por la VAM (Vehículos Automotores Mexicanos) que fue fabricado en la planta de Lerma, por su color café él lo llamaba cariñosamente shit, podía abrirlo con un gancho de ropa en menos de tres minutos en caso de que olvidara las llaves. Gracias a su capacidad como mecánico conocía perfectamente su funcionamiento y suponía que su mantenimiento estaba al día.
En una ocasión Saldaña nos pidió que lo acompañáramos —en realidad lleváramos— a dar una serenata. Juan ofreció su coche y yo fui el conductor designado, no debido a la sobriedad sino a la pericia. Caímos en el garlito de Galitos, nos dijo que la serenata era en el norte, un poco después del centro. Cuando llegamos a Ecatepec, a una casa amiga en medio de zona hostil. ¡Ahí nos prestaron un coche! —era un Spirit — para alcanzar a llegar con bien.
La serenata transcurrió sin pena ni gloria, canciones más canciones menos, algo de hospitalidad prolongaron un poco más de lo esperado, era entre semana y entonces yo tenía clase de 7 en CU —aún estaba en Ciencias Políticas y llegaba a las clases de las siete de la mañana— así que tuve que acelerar un poco, rompí un récord de tiempo de Ecatepec a la UAM Xochimilo —que era la base de la ruta 72 que iba a la Universidad— no doy el tiempo que me llevó para no ser perseguido retroactivamente por la justicia. No me di cuenta que los frenos del coche de Juan no funcionaban correctamente —no usé los frenos en todo el trayecto de regreso— lo que nos salvó de un accidente esa noche pero no a Juan.
Unos días después en la calle de Ejido San Francisco Culhuacán al percibir que tenía que frenar tuvo que elegir entre estrellarse contra un coche del año o un árbol, evidentemente eligió el segundo por falta de seguro. Como la velocidad que alcanzaba su auto era considerable el daño que ocasionó el accidente fue mayúsculo, tanto que solamente pudo cambiar el coche accidentado por una minimoto amarilla cuya altura apenas llegaba a mis rodillas pero que fue el deleite de chicos y grandes en el retorno.
Incluso la llevaron en la cajuela del coche de Chucho en un viaje a Oaxtepec y Lalito Baruch se divirtió como enano, dejando poco tiempo de uso de la moto para los demás.
Los recuerdos que una imagen genera.
Niño perdido
Ay San Juan de Letrán, San Juan de Letrán ora por nosotros
– Santa Sabina
El eje central fue inaugurado en el mismo año que nació mi mamá. Llegó a ocupar el lugar de cinco calles: Panamá, Niño Perdido, San Juan de Letrán, Calle de Santa María la Redonda y 100 metros —sin albur— un cambio de esta naturaleza no es fácil de asimilar. Solía platicar largo tiempo con mi abuelo acerca de cómo lucía antes de semejantes cambios. El tiempo avanza inexorablemente y las calles evolucionan.
Durante mi niñez realicé muchos viajes al centro acompañando a mi mamá siempre por el eje Central, que tomábamos vía Ermita, La Viga, Río Churubusco y Municipio Libre, a pesar de que es la calle con los semáforos mejor sincronizados de la Ciudad de México siempre encontrábamos tráfico, la marcha era lenta y se veía a lo lejos la torre de comunicaciones que se cayó en el temblor, en ese trayecto escuchábamos en el radio la novela el derecho de nacer, o algunas veces se escuchaba la inmortal frase “caballero con los hombres, galante con las mujeres, tierno con los niños, implacable con los malvados” que marcaba el inicio de Kalimán, cuando ya se escuchaba a Porfirio Cadena era porque se nos había hecho tarde.
Los fines de semana llegaba a acompañar a mi papá a la calle de el Salvador, donde algunas veces dejábamos el coche en un estacionamiento donde vendían jugo de caña. Recorríamos las calles en busca de aparatos de sonido, partes para que hiciera sus bocinas, todo antes de que existiera la plaza de la computación y solíamos comer tacos en Bolívar, siempre disfrutaba esos paseos, eran de los vínculos que tenía con mi padre.
El transporte que más me gusta es el trolebús, y ahora que es el transporte oficial me da mucho gusto, aunque algunos se quejen que ya no se puede tomar taxi. Recuerdo muy bien cuando el costo del pasaje era de 60 centavos, siempre recibían un peso, por eso cuando íbamos 6 les daba mucho coraje a los conductores porque su ganancia se reducía drásticamente, ahora está en cuatro pesos aunque ahí van metidos tres ceros en la moneda devaluada. En mi época automotriz solía dejar el auto en un estacionamiento en Chimalpopoca y tomar la línea 8 de metro —cuyo diseño industrial de las estaciones Obrera, Doctores, Salto del Agua y San Juan de Letrán me gusta mucho— hice numerosos viajes a la plaza de la computación, a la camisería en la esquina con Victoria, justo enfrente de la entrada al metro. Pasé infinidad de veces al lado de la esquina del control remoto, otras tantas caminando desde la casa del Chil en Delicias —a.k.a. Beauty— y, antes de mudarme a Brasil, vivía a un par de cuadras —al lado de la Maraca— por lo que mis viajes al centro eran por esa vía.
El eje fue testigo de muchas cosas, como cuando aplasté la placa de México que tenía en Napoleón —mi Maverick 75— al saltar el viaducto, también manejé en sentido contrario, en el mes de septiembre iba con Chil a llevar a Liz y Dioné manejando un vocho prestado la llanta se desinfló a la altura de la Doctores, nos tocó empujar el auto de ida y regresar en penosas condiciones, o romper un récord, ahora con Chucho, al ir a de dejar a Rocío en la esquina con Cumbres de Maltrata apenas unos minutos antes de que el hoy no circula comenzara; o en aquella noche de serenatas donde los amigos de Roberto atropellaron un gato negro lanzándonos una maldición que se manifestó cuando la camioneta se apagó en el cruce del eje 5 y el eje central. También tuve que ir al rescate en la cantina que queda frente a la estatua de Lázaro Cárdenas. Como dato curioso en alguna ocasión una avioneta intentó aterrizar en el eje sin fortuna, terminó estrellándose a la altura del piso, digo de la calle Vizcaínas.
Aún se pueden ver muchas imágenes fascinantes al transitar por ella, como personas llenando botellas con bebidas adulteradas porque dudo que el carril del trolebús sea la sede de la embotelladora oficial, o puedes recibir ofertas de software que solamente ahí consigues, ir a jugar billar arriba de un club de caballeros, entrar al cine Teresa que ha pasado por muchas transformaciones y luego entrar al sexshop de al lado.
Esa es una de las calles son las que me formaron.